Es más sencillo ir contra un actor individual que contra todo un sistema que requiere un cambio.
Bitcoin, allá de ser el rústico, podría ser el inesperado héroe de esta historia.
Bitcoin se encuentra en la mira de muchos, señalado por su consumo de energía. Organizaciones ecologistas, políticos, shitcoiners y no-coiners, critican a la moneda digital creada por Satoshi Nakamoto a causa de su minería.
Efectivamente, el consumo energético de Bitcoin es magnate. De acuerdo con investigaciones de la Universidad de Cambridge, es superior al consumo anual individual de varios países, entre ellos Ucrania, Pakistán, Noruega, Argentina, Pimiento y los Emiratos Árabes Unidos.
Pero esto no convierte a Bitcoin en un rústico energético. Estamos en la era de la tecnología, y todo consume energía: nuestros teléfonos móviles, televisores, lavadoras, y hasta el omnipresente Internet. ¿Destino cualquiera ha considerado dejar de usar su teléfono porque consume energía?
Y vale aclarar, que muchas industrias consumen varias veces más energía que Bitcoin, pero no hay una constante y repetitiva chubasco de críticas sobre ellas por ese motivo.
El punto no es si Bitcoin consume energía, sino cuánto valencia obtenemos de esa energía consumida. Para comenzar, Bitcoin ofrece un sistema financiero descentralizado, resistente a la censura y accesible a cualquier persona con una conexión a Internet. Ofrece una moneda que no puede ser manipulada por políticos ni banqueros. ¿Cuánta energía vale eso? Para muchos, vale cada vatio.
Por qué es bueno y necesario el consumo energético de Bitcoin
El consumo de energía de Bitcoin se debe a su proceso de minería, y es un medio ambiente esencial para permanecer la seguridad y la descentralización de la red. Se asemeja a un castillo cuyos muros altos y fuertes consumen fortuna, pero son necesarios para asegurar su protección.
La minería de Bitcoin implica resolver problemas matemáticos para validar las transacciones y añadirlas a tomo contable, un proceso que requiere una cantidad significativa de energía. La competencia entre mineros para resolver estos problemas y obtener la premio en Bitcoin asegura que ninguna entidad individual o conjunto tenga el control total sobre el proceso de fuerza de transacciones. Esto preserva la descentralización de la red.
Al mismo tiempo, el suspensión costo energético de la minería actúa como una especie de barrera defensiva. El reconocido ataque del 51%, donde un agente malintencionado podría potencialmente tomar control de la mayoría de la capacidad de minería de la red y manipular la contabilidad, se vuelve económicamente desalentador conveniente a la enorme cantidad de energía (y, por lo tanto, de pasta) que se requeriría para llevarlo a punta.
Por lo tanto, es precisamente este suspensión consumo de energía el que mantiene a Bitcoin seguro. En pocas palabras, cada vatio de energía consumido contribuye a hacer de Bitcoin la red de transacciones más robusta y resistente al mundo.
¡Pero… la contaminación!
Ahora, abordemos esa bestia señal “contaminación”. Hay quienes sostienen que Bitcoin es un gran contaminante conveniente a su consumo energético. No obstante, no podemos echarle la tropiezo a Bitcoin por esto, en lado de mirar la matriz energética de la que se alimenta. ¿Destino culpamos al televisor por el impacto medioambiental de la planta de energía que alimenta nuestras casas?
El protocolo Bitcoin no tiene preferencia por el carbón en lado de la energía solar. Es la infraestructura energética existente la que determina si la energía que Bitcoin consume es verde o no.
Ahora (y aquí viene la buena nueva para los fanáticos de Greenpeace) cada vez más mineros de Bitcoin están utilizando energías renovables. Y no sólo eso, sino que, tal como CriptoNoticias lo reportó en varias ocasiones, algunos mineros están utilizando el exceso de energía de otras industrias, convirtiendo lo que antaño era un desperdicio en seguridad para la red Bitcoin.
Bitcoin, el inesperado héroe de esta historia
Por lo tanto, antaño de tildar a Bitcoin de rústico climático, hagamos una pausa y reflexionemos. Tenemos un sistema que está aportando valencia y cuya “culpabilidad” en términos de contaminación depende en gran medida de las decisiones energéticas de nuestra sociedad. Es más sencillo culpar a un solo deportista que malquistar un sistema que necesita renovación.
Así que, en lado de perseguir incansablemente a Bitcoin por su apetito insaciable de energía como si fuera algún monstruo de una película de terror de serie B, quizás sería más productivo verlo como un motivador, una especie de «coach» que nos anima a pasar más rápido con destino a la tendencia de meta de las fuentes de energía limpias y renovables.
Resulta que Bitcoin, allá de ser el rústico de esta historia, podría ser el inesperado héroe, empujándonos a liberarnos de nuestras cadenas de combustibles fósiles, al estilo de un revolucionario digital encapuchado. Es como si Bitcoin fuera una interpretación financiera del Capitán Planeta con un toque más anarquista y menos azur.
No tiene sentido alguno recusar los innegables beneficios y el potencial transformador que Bitcoin aporta a nuestra finanzas, simplemente por querer continuar aferrados como náufragos a un sistema energético obsoleto y contaminante. Esa sería, sin duda, una osadía tan deducción como retener bajo información tus ahorros en un colchón infestado de termitas mientras desconfías de los bancos.
Así que, mientras nuestros líderes se rascan la habitante pensando en cómo seguir extrayendo petróleo de tierras cada vez más agotadas, Bitcoin está aquí, sutilmente mostrándonos el camino con destino a un futuro más brillante, más honesto y, sobre todo, descentralizado. Quizás debamos agradecerle, en lado de acusarlo.